lunes, 18 de marzo de 2013

“Searching for Sugar Man”: La apasionante y anónima historia de un tal Rodríguez

“Sugar Man”, “Inner City Blues”, “Climb Up on My Music”. Seguramente esos nombres de canciones no suenan a nada. Menos si se escucha el nombre de Sixto Rodríguez. Pero este desconocido cantante mexicano-indio-estadounidense y rostro habitual en la década del 70 en los barrios bajos de Detroit, es parte importante de una de las realizaciones más placenteras y brillantes que dejó el cine documental del año 2012: “Searching for Sugar Man”.

Rodríguez cantaba en pequeños clubes y en perdidos bares, de espaldas al público, sin que se notara siquiera sus ojos y sin que nadie supiera quién diablos era ese hombre, al que sólo ubicaban por su apellido, usado como nombre artístico. Sin embargo, atrajo la atención de los ejecutivos de los estudios Susex, quienes lo contrataron y grabaron su primer álbum en 1970, llamando “Cold fact”.



Para ellos, el trovador del ghetto era una versión distinta de Bob Dylan. Para los críticos, fue uno de los mejores discos del año. Los especialistas decían que el tipo era un genio. Sin embargo, las ventas fueron míseras. Un fracaso total para el artista, situación que se repitió un año después con su segunda oportunidad en la música, “Coming from reality”.

EL DELICIOSO SONIDO DEL FRACASO

Pese a que sus canciones eran deslumbrantes, con claras referencias a las drogas (“Sugar Man”), al desamor (“Forget it”), manifiestos políticos dylanianos (“The establishment blues”) o a la difícil situación del hombre común y corriente de Detroit (la conmovedora “Cause”), Rodríguez fue completamente ignorado en Estados Unidos. En la mencionada “Cause”, por ejemplo, desgarrador tema que comienza su letra diciendo “Cause I lost my job two weeks before Christmas” (“Porque me quedé sin trabajo dos semanas antes de Navidad”), el músico se graduó de profeta trágico: dos semanas antes de Navidad fue despedido de la firma discográfica. De esta manera, la que sería la meteórica carrera de un genio, terminó siendo la caída de un hombre que volvió a sus orígenes dentro de los anónimos rostros de Detroit.



Hasta ahí, sería la historia de otro caso artístico más que sucumbió en su vida musical. Varios son los casos similares, parecidos o iguales. Pero esta historia en particular da pie para que el sueco Malik Bendjelloul se sumerja con pasión y entusiasmo en “Searching for Sugar Man” y revelar que detrás de este malogrado hombre, existió un mito gigantesco, que bien vale la pena verlo.

Se muestra cómo llega a Sudáfrica  uno de los pocos gringos que adquirió “Cold fact”. Y así como el disco lo enamoró a él, le sucedió lo mismo a un amigo y a otro y a otro. De esta manera, el caset pirata pasó de mano en mano hasta convertir a Rodríguez en la voz de los sin voz en un país aplacado por el salvajismo del Apartheid. Los jóvenes tomaron la rebeldía del músico, su libre canto sin tabúes  y abrieron los ojos entonando temas como “I wonder”, una de las canciones más sexuales de la historia.



La nación vivía en un hervidero, la televisión flotaba en una burbuja, toda la información era controlada por el gobierno y -a lo más- a lo lejos se sabía de la existencia de un guitarrista llamado Jimmy Hendrix y un grupo denominado Abba. No sabían que a Rodríguez no lo conocía nadie en su país. Pero eso no importó, y al ritmo del hijo de una pareja de mexicanos que llegó a Estados Unidos a trabajar en la construcción de automóviles, comenzaron a luchar para derrocar el sistema imperante en lugares como Ciudad del Cabo, Johannesburgo y Pretoria.

UNA HISTORIA QUE VALE LA PENA

Y es de recalcar bastante el hecho de que pese a ser una figura trascendental en Sudáfrica, por esos lares no sabían nada del cantante. Sólo ubicaban la carátula del disco: un hombre sentado, con clara pinta de hippie, en un fondo blanco. No sabían cómo se llamaba y tenían mil dudas, empezando por cuál era su nombre. En el vinilo salía como Sixto Rodríguez, pero en los nombres del compositor de los temas, salía Jesús Rodríguez. Sólo se sabía que había muerto. Ahora cómo murió, tampoco lo sabían. No se ponían de acuerdo: se pegó un disparo en el escenario; se quemó a lo bonzo en una presentación o murió de sobredosis en la cárcel.

A partir de esto, es que Bendjelloul trata de llegar a fondo en la historia de este anónimo artista. Con pasadas por Detroit y Sudáfrica, revelándonos el mundo de donde apareció el mito de Rodríguez, indagando cómo todos se considera un genio, la opinión de diversas personas que lo conocieron, la demostración de cómo nadie llegó a conocer en verdad que era lo que había en la mente del compositor y todo el enigma sobre su vida. Así, regalándonos –además- las notables creaciones del cantante, impregnándonos de admiración por su arte, el director y guionista entrega una obra gigante, atesorable y perdurable en el tiempo, y de asombrosa capacidad de emoción. Todo lo que vemos, es para agradecerlo.



“Searching for Sugar Man” ganó el Oscar como Mejor Documental. Venció en la National Board of Review, en los Critic´s Choice Awards y en el Bafta. En la Meca del cine independiente, Sundance, triunfó por duplicado: el premio al Mejor Documental Internacional y el galardón del público. En Chile se exhibió en el Festival In Edit en diciembre del año pasado, ganando el aplauso cerrado del público y siendo alabado por la gente presente en el Teatro Nescafé de las Artes, que se repletó para conocer al tal Rodríguez. Y como en el festival estadounidense, también le otorgó el premio popular.

De esta manera, la historia de un héroe libertario en Sudáfrica, de un desconocido norteamericano, de un genio artístico, de un fracasado músico, de un enigmático hombre llamado Jesús, del sujeto que daba la espalda en todas sus presentaciones, del que no sabía como diablos había muerto y del profeta que anunció su propio despido, se convirtió en la gran historia del 2012. Obra completa, pieza de valor incalculable para los amantes del cine y la música, y la demostración de que todavía es posible encontrar material nuevo y sorprender al mundo con un documental. La historia de Rodríguez, apellido tan singular en Chile como Pérez y González, vale la pena ser vista.

Artículo escrito para la revista online Cultura y Tendencias

House of Cards: Netflix busca ingresar a las series de la mano de David Fincher y Kevin Spacey


Corría el año 1996 cuando John Doe fue elegido el mejor villano del año en los premios MTV. El personaje interpretado por Kevin Spacey en “Seven”, fue uno de los más comentados del año merced al thriller dirigido por David Fincher. Doe era un personaje imponente, no por poseer un estado físico escultural, sino por lo que decía, por su actitud, por la mirada de Spacey que helaba tanto a Brad Pitt como al espectador.

Corre el año 2013, cuando Francis Underwood se da cuenta que le pusieron freno a toda su ambición. El candidato que él apoyo salió elegido presidente de los Estados Unidos, pero no le dieron el rol que esperaba en la administración norteamericana: ser Secretario de Estado.



Underwood es un personaje imponente, no por su condición física de primer nivel, sino por lo dice, por su actitud, por como mira a la cámara mientras se dirige a uno mismo, al espectador. Spacey nuevamente se hace grande, por segunda vez con David Fincher en la dirección, pero esta vez en la pantalla chica.

El 1 de febrero Netflix, plataforma para ver películas y series online en la web, estrena la primera temporada completa de “House of Cards”, serie producida por el ya mítico realizador de obras como “Fight Club” y “Zodiac”, el cual se reservó el piloto para ponerse detrás de las cámaras.

Y como rey del show, el doblemente oscarizado Kevin Spacey se hizo dueño de un papel que le calza como anillo al dedo: un político ambicioso, codicioso, egoísta, con ansia de venganza y con la dosis precisa de humor negro, mala leche y sarcasmo que muy bien caracterizan a este actor, ya sea en sus últimos papeles cómicos tipo “Quiero matar a mi jefe” o en sus famosas imitaciones que se multiplican en Youtube, donde se ríe de próceres de la actuación como Jack Nicholson, Cristopher Walken y Al Pacino.



La trama viene de la original del mismo nombre que emitió la BBC en Inglaterra en los albores de la década de los 90. Como gancho, presenta -además de los dos nombres mencionados- a la eficiente Robin Wright (la recordada Jenny de “Forrest Gump”), como la esposa de Underwood. Y figura también Beau Willimon, guionista nominado al Oscar 2012 por la intrigante “The Ides of March”, con George Clooney y Ryan Gosling como protagonistas.

En la serie, con claros elementos shakespearianos, Spacey se roba las miradas con su andar vengativo sobre los hombres más poderosos de Estados Unidos. Con diálogos solemnes, poco creíbles, prácticamente imposibles, pero poderosamente adictivos, va fraguando su ascenso al poder por “el lado oscuro de la fuerza”, por así decirlo.

El intérprete de “American Beauty” mira a la cámara, sonríe pícaramente mientras sus ojos muestran su confianza en que logrará llevar su andar a buen puerto. Como dirían los españoles, Spacey nos observa cachondamente buscando nuestra aprobación. En realidad no la necesita y le da igual, da por descontado que uno goza con su forma de ser, con su cruzada. Piensa que así como el resto cae en sus garras, nosotros también lo haremos.

Y tiene razón. Con un carisma arrollador, superior a otros ejemplos de este estilo, como Bruce Willis cuando rompía la cuarta pared y nos miraba en “Moonlight” o recientemente Don Cheadle en la comedia “House of lies”, el actor de 53 años nos atrapa, tal como hizo su John Doe o su Verbal Kint en la ingeniosa y adictiva “The Usual Suspects”.



Con esta serie, Netflix busca dar el paso al Olimpo del mundo de las series. La plataforma on-line se hace de una dupla que trabajó tras las cámaras en “La red social”, con Fincher como director y Spacey como productor ejecutivo, para dar una señal potente del poder con el cuentan. US$60 millones de presupuesto en doce capítulos que fue lanzado en su totalidad al ciberespacio. Y para los no abonados, en www.netflix.com/houseofcards fue puesto a disposición de forma gratuita el piloto del drama.

La estrategia continúa además con “Hemlock Grove”, que trata sobre un misterioso asesinato y que cuenta con el creador y director de “Hostal”, Eli Roth. Además figuran la nueva comedia de la creadora de “Weeds”, Jenji Kohan: “The orange is a new black”; la reciente creación del cómico inglés Ricky Gervais, “Derek”; y la resurrección de una sitcom de culto, “Arrested development”.



Ahora, para los que quieren ver la versión original inglesa, deben dar vueltas por la web para ver la obra escrita por Michael Dobbs, quien fue parte del equipo asesor de Margaret Thatcher y que se basó en ese conocimiento para dar vida a Francis Urquhart, brillantemente interpretado por Ian Richardson, quien también mira a la cámara como Spacey, pero que con su acento british y el tradicional humor británico, da vida a una persona que es la mezcla exacta entre alguien parecido a Underwood y a la vez, absolutamente diferente a su versión norteamericana.

La trama es similar, pero mientras Spacey habla sobre políticos ficticios, Richardson habla mirando un retrato de la “Dama de Hierro”. Es que pese a la brillante factura estadounidense, pese a los dos Oscar del protagonista, pese a tener a un director que arrastra una gran grupo de fans y pese a ser uno de los grandes estrenos de la temporada, en atrevimiento, desencaro y frescura, los londinenses se llevan la victoria. El consejo: ver ambas. No habrá arrepentimientos.

Artículo escrito para la revista online Culturas y Tendencias